viernes, 11 de marzo de 2016

Palabras prestadas #93

Os invitamos a conocer las nuevas palabras prestadas por la poeta neozelandesa Tayi Tibble. Tienen hasta el martes 22 de marzo, para hacer llegar vuestros poemas a la dirección: librodepalabrasprestadas@gmail.com

Antes de enviar tu poema por favor mira las bases en "¿Cómo participo?"



#93  Las Palabras son prestadas por Tayi Tibble.


garganta

cielo

cloro

florecer

ciudad



Tayi Tibble es una joven poeta de ascendencia maorí (Ngati Porou / Te Whanau a Apanui). Vive actualmente en Nueva Zelanda donde estudia Historia y Política Social. Su trabajo ha sido publicado en las revistas Mana Magazine y Starling Magazine, entre otras.





Puedes encontrar su poesía en:

The Spinoff




Pequeñas Muertes

Detrás de la casa de tu Abuela,
con los dedos de él en tu boca, con
tus ojos en blanco viendo el cielo.
Respiras la tierra que llena tu pecho.

Al terminar, te pones de pie en la
cocina. Un fregadero pálido, platos
olvidados. Tu abuela por el
teléfono, llora mientras marca el 112.



(Traducción de Small Deaths de Tayi Tibble por Charles Olsen.)



El viernes 25 de marzo 2016 publicaremos los poemas y una nueva selección de palabras.



El premio al mejor poema será el libro La soledad sonora de Emily Dickinson de la editorial Pre-textos

Nada menos que 1775. Ése es el número de poemas que nos dejó Emily Dickinson (1830-1886), de los que sólo vio publicados ocho. Pasó toda su vida en Amherst, Nueva Inglaterra, en el hogar de sus padres, apenas hizo cuatro o cinco viajes fugaces a ciudades cercanas como Washington, Boston o Filadelfia, y sus amores casi cuesta llamarlos así. En un hermoso pasaje justificaba su existencia en soledad: “Un alma con un Húesped / raro es que marche fuera, / pues la divinia multitud en casa / anula tal deseo”. Así que sin necesidad de traspasar siquiera el umbral de su mente, recorrió las más extrañas latitudes, dialogó con seres de sombra y luz, y volvió ilimitado lo real al convertir las cosas más sencillas y cotidianas en símbolos inagotables.

Su grandeza está en haberle sabido dar un rostro al misterio que ella veía en la naturaleza y en su propia alma, en haber practicado un poesía metafísica que no se pierde en abstrusas entelequias, sino que resulta cercana, sensorial, llena de fulgurantes intuiciones. Quizás por eso, de la lectura de sus poemas se sale como de una ardiente bruma, de una inquietante niebla que, a un mismo tiempo, oculta y revela lo que envuelve.



Más información sobre el libro en Pre-textos




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